Algunos poemas y novelas
-y casi
todas las estupideces que hacemos-
tienen su
origen en el amor.
Amor de
días, meses, un año, una vida…
arrasa de
dentro hacia afuera,
vuelve
cierto los clichés y te hace niño.
No importa si se enfría, si muere, si a ratos lo pierdes.
Nada te
quita el recuerdo vivo de cada
aroma,
sonido, palabra dicha, susurrada o escrita,
calles
recorridas, silencios compartidos, batallas ganadas,
excusas
para verse, hablarse, tocarse...
infinitas formas de decir te
quiero sin que nadie más lo note.
Si ese amor fue aguerrido, incomprendido,
rechazado
por el público,
saltando
vallas sin perder el equilibrio,
y aun así nada lo
detuvo, entonces mejor.
Porque se
tiene el mérito del triunfo
en medio de dificultades que
parecían invencibles.
Saberse
vencedor es el combustible
que permite recomenzar, volver a creer.
Una y otra vez.
Tal vez distinto, más
calmo, menos ingenuo,pero nuevamente vivo.
Verás
entonces que tu amor es un personaje nuevo por descubrir
y que
también eres un extraño para ti mismo,
capaz de
maravillas y terrores.
Y por
mucho que caviles y dudes y sueñes y preguntes…
llegarás a
la misma conclusión: la vida de a dos vale la pena.