domingo, 27 de julio de 2014

La voz en las manos

Ansío hablar, pero no nace sonido alguno de mi boca:
la voz viajó a mis manos, convertida en suave guante que toca el silencio,
tan mío que se ha vuelto amigo, costumbre, piel y hogar.

Desde que escribo no corro ni desespero,
desde que escribo me calmo y sereno,
modero y suavizo.

Desde que escribo, no temo.


sábado, 26 de julio de 2014

La caída

Caminaba rápidamente mientras caía una suave lluvia. En la vereda húmeda brillaba el reflejo de los faroles de la calle, encendidos uno por medio. Pensaba en el fabuloso relato policial que había dejado en casa, junto con mi paraguas. Luego de una curva apuré el paso para evitar la lluvia que se hacía más fuerte y crucé la avenida corriendo antes que cambiara el semáforo. Las gotas brillaban al contraste de las luces de los autos detenidos. Seguí mi camino por la vereda norte de la avenida y tomé una oscura calle perpendicular. Me distraje un instante, todavía pensando en las gotas iluminadas, y en una falla de la vereda tropecé y caí.

Al caer me quebré sin hacer ruido y las partes rotas saltaron. Mi mano derecha cayó bastante lejos, detrás de un pequeño arbusto, junto con el cigarro húmedo pero aún encendido entre mis dedos. Mi mano izquierda fue a parar al agua mezclada con tierra y aceite de autos, que cuando llueve se acumula  invariablemente en la  avenida y fluye hacia las calles cercanas. Mis pies quien sabe dónde saltaron, no podía verlos desde el ángulo en que cayó mi cabeza y menos aun a la luz intermitente de los escasos faroles. Las pocas personas  que transitaban continuaban su frenético camino, indiferentes a mis restos esparcidos por el suelo, y en más de una ocasión patearon sin querer mi cabeza, que rodaba de manera que mi campo de visión iba cambiando. No las culpo, la calle estaba semi oscura, la intensa lluvia los obligaba a apurarse y la avenida con su ajetreo y bocinas opacaba todo detalle y encandilaba a todos. Me pareció que un niño pequeño, tirado de una mano adulta, reparó en mi cabeza. Tal vez me vio gracias a su escasa estatura, o tal vez porque los niños van más atentos a esas cosas extrañas.

El resto de mi cuerpo, brazos, piernas y tronco también quedó esparcido, indefenso, la mayor parte en el pequeño borde de tierra y plantas que separaba la accidentada vereda de los edificios enrejados de aquella calle. Sólo mi pierna izquierda había resistido la caída, quedando unida al tronco.

Cerré los ojos convencida de que encontraría la forma de reunir las partes separadas a la mañana siguiente. No era la primera vez que me sucedía este extraño fenómeno. Ya había sido desmembrada al menos dos veces siendo adulta y una vez cuando niña. Por supuesto nadie nunca lo supo. No podía ir por ahí contando que me desarmaba como un puzle sin que pensaran mal de mí. Las personas suelen acostumbrarse a cosas extrañas si aparecen en el cine o las novelas, pero en la vida real son más conservadoras y una persona que se rompe no encaja dentro de lo explicable y por tanto, entendible.

Volviendo a mi relato, al cabo de no sé cuánto tiempo abrí los ojos: las personas y  autos habían disminuido mucho, la avenida parecía desierta y muda salvo por algún vehículo que pasaba de vez en cuando en la noche  y la lluvia comenzó a amainar. Mi calle estaba desierta. Decidí dormir. Dormí profundamente y tuve sueños maravillosos sobre vuelos en un cuerpo completo y alado. Me elevé sobre algunos lugares conocidos de mi infancia y luego sobre campos arados, lagos pequeños y finalmente la orilla del mar con su sereno murmullo. Antes del amanecer desperté con el ruido de los pájaros de la plaza cercana. La humedad cubría el suelo y pude ver a la luz de la mañana que mis partes se encontraban relativamente en el mismo sitio donde habían caído la noche anterior. Puse toda mi voluntad y concentración en reunirlas. Si mis manos podían moverse y acercarse a los brazos estaría a salvo. Logré mover algunos dedos y eso me dio esperanzas. La mano derecha soltó la colilla mojada, aun entre los entumecidos dedos. La izquierda, más fuerte, subió la acera, mojada y sucia y se arrastró hacia su brazo. Los pies, que últimamente han sido mi  parte débil, no se movían, pero entonces aparecieron algunos perros de la calle, que a esa hora buscan comida entre la basura. Uno de ellos se detuvo a observar y al cabo de corto rato movió mis pies hacia sus respectivas piernas tomándolos con delicadeza entre su hocico. Son perros muy inteligentes los que viven en la calle. Sospecho que han visto personas desarmadas antes. Me miró un momento con tristes ojos brillantes y decidió acompañarme. Era pequeño y olía a pelo mojado, pero me dio el calor que necesitaba acomodando su cuerpo junto a mis restos que poco a poco y torpemente se iban juntando.


Finalmente -y después de no poco esfuerzo- logré reunir todas mis partes y poner mi cabeza sobre el dolorido cuello. Miré hacia abajo: estaba completa. Sacudí mi sucia ropa y me pasé las manos por el pelo. Sabía que mi aspecto era desastroso, con alguno que otro arañazo, pero nadie lo notaría a esa hora de la mañana, sumergidos como van en sus propios afanes y batallas. Me dispuse a caminar de regreso a casa, donde un baño y un café terminarían de reponer el cuerpo recién armado. La avenida empezaba su movimiento diario. Yo también.