jueves, 21 de agosto de 2014

Instrucciones para el día del apagón

No tengo prisa por dejarlos,
sin embargo, es preciso hacer pequeños manifiestos
para el día del apagón rotundo. 
Cuando me vaya no quiero caras tristes
que reciten mis virtudes ni me cubran de aplauso.

No quiero música triste, sino la mía,
Nick Cave en Into my arms me gustaría
o los Quila con algo nortino que suene a fiesta.
Canten, fumen, coman
y rían de mis abundantes defectos y errores.

Pueden proyectar fotos
donde la luz me atrape feliz con hijas y nietos
y también algunas de las muchas que no me favorecen,
-como es mi costumbre-
y que por regla familiar son motivo de carcajadas.
Pueden recordar mis frases comunes,
leer algo que haya escrito
o repartir mis escritos entre los amigos.
Ojalá lean en voz alta el Poema 12 de Neruda,
tal vez no sepan, pero fue escrito para mí.

No quiero misa ni ceremonias silenciosas con caras mustias y velas,
me gustaría más el ruido de niños y cubiertos,
porque la vida es, en gran medida, crecer y comer.
No gasten en flores que luego se pudren
prefiero dibujos y tarjetas,
que pueden recoger en una cajita, para mis hijas.

Por favor, no me acomoden bien vestida bajo la oscura tierra
en ese trámite estéril de encierro,
prefiero donar lo que sea útil, muy poco seguramente,
y el resto se arroje al viento al atardecer;
quiero planear en algún bosque húmedo,
poblado por aves ruidosas pero invisibles,
lejos del cemento caliente y su impasible afán de hormiga;
donde el viento me lleve donde estime conveniente
y si me acuesta a orillas de un lago austral tanto mejor.

Sin lamento o sufrimiento,
prefiero que me despidan con sus abrazos
se digan “te quiero”  entre ustedes, con miradas y voces,
y brinden por mi buen viaje -quién sabe dónde. ¡Salud!
Que al finalizar se repartan mis pocas cosas,
mis libros, fotos, los anillos que nunca usé
y mis cajas con recuerdos.

Espero den a mis hijas todos los besos que no podré ofrecerles
y a mi jardín el agua que necesite.


lunes, 11 de agosto de 2014

Pena

No sé motivo o pretexto,
pero el silencio se me metió debajo de la piel.
Algo con sabor a muerte me colma la boca
y mis manos vuelven a su rigidez de invierno.
Se me contagió la pena y no me la puedo sacudir,
todo me parece sombrío y gélido
y no se me quitan las ganas de llorar.
Parezco una máquina arruinada
que nadie sabe arreglar,
tan cansada que hasta amar es una cima
que no sé si  puedo escalar.

No sé si es la luna gigante,
o  la mujer con sus ciclos de magia,
no sé si es haberme sentado en la tumba que selló mi infancia
o ver el mar que me aflige con su ir y venir.
No sé si fue la ciudad donde dejé una vida
planeada y sin hacer.
No sé si es el invierno con su rumor de viento
o el desamor de los años pares,
y también de algunos impares.