Vivió en Santiago hasta los nueve
años. Volvió pocas veces. Recién a los treinta quiso ver otra vez su casa de la
infancia. Llevó a su pareja, quería mostrarle.
Su casa había desaparecido dentro de
otra. Una ampliación inmensa se la había engullido. No reconocía nada de la
pequeña casita de ladrillo, de un piso, frente a la plaza. Si no fuera por la
numeración habría pasado de largo.
Únicamente la plaza estaba igual.
Se sentaron en una banca, mano en
mano, mirando la robusta casa glotona, mientras ella le contaba historias de
muros y jardines que ya no existían.