sábado, 18 de febrero de 2017

Como tus elefantes

Hace un año no  escribo.
En realidad te escribo en las noches, cuando me desvelo
borradores que se desvanecen con el sol
porque los anoto en nubes y no en papel.
De todas formas las palabras no bastan
cuando el corazón se sale por los ojos, hecho gotas.

Cuánto tiempo es un año?
El tiempo se curva,  no sé si un año es mucho o poco
parece ayer y, sin embargo, tanto.
Extraño tus manos ásperas  de cariños torpes,
los vasos volcados,  tu irritante lentitud en los pasillos,
tus chombas viejas, el pelo suavecito y la barba destartalada.
Extraño tus llamadas insistentes que, decías, eran solo para escuchar mi voz
(Me escuchas ahora?)

Recuerdo  tus consejos precisos, tus pronósticos certeros,
tus historias añejas, anécdotas repetidas y chistes fomes.
Me pregunto si nos ves… me ves?
Yo te veo entrando en mi casa, como si fuera cierto.
Y te confieso que  nace un deseo infantil,
una voz porfiada que susurra:
“quiero que vuelvas, quiero que vuelvas”.

Hace un año no escribo. A ti te gustaba leerme.
Te cuento que estamos bien, hoy juntos en torno tuyo.
Tus nietas te recuerdan siempre.  Te guardan en su corazón de formas que me conmueven.
Tu nieto ama a su abuela. Te habría encantado verlos juntos, enamorados.
A veces él se para o camina con las manos tomadas en la espalda, como lo hacías tú.

No quiero decir cosas tristes. Pero es que lo estoy.
Tal vez hoy tengamos permiso para sentir  y decir que nos faltas.
Admitir que tu ausencia es enorme y  la muerte un misterio absurdo.
(Para qué amamos, si nos tendremos que despedir?)
Tal vez hoy tenemos permiso para aferrarnos  a  creencias  o, al contrario, cambiarlas.
Permiso para evocar lo dulce y lo amargo. El ángel y bestia que eras, como todos.
Permiso para afirmar que a pesar de los defectos,
tenías  un corazón muy grande para un cuerpo tan estrecho.
Tal vez hoy hay permiso para lo que cada uno quiera.

Cuando fumo, recuerdo tus cigarros mal apagados y las argollas de humo. Nunca aprendí el truco.
Cuando tengo preguntas, pienso que tal vez eras inteligente, o sabías mucho, o ambas, o ninguna. Pero tenías respuestas.
No sé si al cierre tuviste miedo, o paz, si nos escuchaste, donde quiera que estuvieras viajando.
No sé si espiaste el improvisado funeral en que abusamos de todos hablando de ti por horas. 

Dónde estás papá?
En Tchaikovsky, Serrat, Gardel, la Karen Carpenter.
En los goles de la Unión.
En tus cosas, que cada uno guarda como un tesoro.
En tu letra grande, en los mensajes que nos dejaste.
En la vieja, que es tu mitad.
En tus hijos y nietos, en tu jardín.   
Estás donde cada uno te recuerde.

El olvido está lleno de memoria, dijo un poeta.
Acá tenemos memoria. Como tus elefantes.