jueves, 27 de junio de 2013

Ventolera

La Lluvia  libera  las hojas y el Viento las toma en brazos.
Crujen los techos, las ramas se inclinan, saludando.
No temo ni me lamento. 
Si el tronco no teme su desnudez, por qué levantaría yo la voz?
Si el pobre no se lamenta, por qué lo haría yo bajo techo firme?

Escondidos todos. Viento, amo solitario en jardines y calles.
Ventolera, decidiendo la muerte de árboles antiguos,
hartos de ver pasar gentes indiferentes, 
esas que solo notan al muerto cuando ha caído.

La Lluvia baja las hojas y el Viento las toma en brazos.
Como queriendo ayudar, me las deja en montón,
ordenada confusión café y amarilla.
Se hace definitivo lo que antes fue una intención:
cuando el Viento decida mi hora, quiero irme con él.
Hecha ceniza, en sus brazos. 


martes, 18 de junio de 2013

Muertos que nunca nacieron

Transmutar negativo en positivo.
Tristes pensamientos en risa.  Oscuros sentimientos en luz.
Odios en amores. Impaciencia en temperancia.
Cuesta arriba. Mis noches internas llegan con la falta de justicia.
De lo que considero justo. Cómo se cambia eso?

A ratos se me cuelan la niebla  y el humo de afuera.
Me nublo y ahogo. Tiemblo de cuerpo e ideas.
Algunas noches, cuando la luna engorda
y brilla a través de los árboles desnudos,
pienso en sueños muertos y regresa el luto,
lágrimas que no se lloran,
por muertos que nunca nacieron.


domingo, 9 de junio de 2013

Temporera

Soy temporera. No de la fruta. De la educación. Enseño lo poco que sé en horarios, salas y contextos cambiantes. Día, noche. Jóvenes, adultos. No cuento con estabilidad ni resguardos de ninguna especie. Voy y vendo mi trabajo, emito una boleta y recibo el pago, en dos o tres universidades, según la temporada. Cada fin de  semestre, invariablemente, llega la ansiedad ante la cesantía inminente.

Lo único cierto es que soy cesante. Cada temporada recibo una propuesta de trabajo que dura cuatro meses. Luego vuelvo a la cesantía hasta nuevo aviso. Y con el aviso, el alivio y la ficción de que la cesantía terminó.

Somos muchas las personas que trabajamos de esta forma. Algunos, -con más suerte- somos profesionales, otros son temporeros del comercio, las ventas varias, las promociones, la fruta, los seguros, etc. Finalmente todos somos cesantes, con empleos inestables. Aunque algunas de nuestras boletas sean abundantes de números, ese ingreso debe tener atributos de súper héroe: estirarse, tomar formas imposibles, multiplicarse a sí mismo, estar presente en varios sitios a la vez. Vivimos el día. Cero proyecciones. Estudiar, crecer, tener hijos, es impensable. Sólo el día. Ahorrar para los meses de vacaciones forzosas, difícil.

Un temporero tiene que decir que sí cuando llega una oferta. Por mucho que quiera negarse, no puede, porque la necesidad impera y el miedo habla por él. Personalmente digo que sí a todo lo que: a. creo soy capaz de hacer  sin hacer el ridículo y b. no atente contra mi religión, (me refiero a esa estructura de creencias socio-políticas que me permiten elaborar discursos y acciones), y a  cada asignatura   que tomo le impregno el barniz de mis creencias, ideas, reflexiones y prioridades, recordando a ese curita de los pobres, hoy santo, que dijo “el buen maestro no da lo que sabe, sino lo que es”.

En ese marco autoimpuesto, intento aprender y recordar los nombres de mis estudiantes, de sus hijos, de dónde vienen, si trabajan y otros elementos importantes de ellos. No me agrada ni me acostumbro a lo impersonal que muchas veces rodea la enseñanza. No me adapto tampoco a colegas mediocres, quejándose de su trabajo en los pasillos, mientras enseñan una y otra vez lo mismo, sin cambiarle una letra, ajenos al proceso propio y de los estudiantes.

Tampoco me acostumbro a la mediocridad de algunos, pocos, estudiantes. Se movilizan en busca de garantías de derechos educacionales, exigen calidad, pero no se comprometen a ser ellos mismos estudiantes de excelencia. Sacan la vuelta, inventan excusas con más creatividad que un político, desprecian el trabajo propio y ajeno y estoy segura serán profesionales del montón, como hay miles, ocupando los puestos que otros luchamos por encontrar.

Por suerte, la mayoría no es así y siempre encuentro personas admirables en mi sala, ante las cuales me saco el sombrero por su esfuerzo y voluntad. Estudiantes distintos, especiales,  que los profesores reconocemos de inmediato: siempre trabajando, de buen humor, que asumen sus errores, que quieren ser mejores, que reciben una crítica. Cuando los encuentro, aparece sin disfraz la profesora barrera que llevo dentro. Sí, lo admito. Me encariño con quienes se esfuerzan. Los ayudo.  Porque estoy convencida que no es la inteligencia la clave del éxito, sino el esfuerzo. He visto  decenas de estudiantes sin una formación escolar de mínima calidad, sin apoyo familiar incluso y sin mayor inteligencia, ser los mejores de su grupo. No siempre  los de mejores notas, hay que decirlo. Son mejores porque han desarrollado actitudes, más que por recolectar conocimiento y vomitar las respuestas correctas en una prueba o trabajo. Los ayudo porque la persona que se esfuerza pondrá sus competencias al servicio de otros que se esfuerzan, más  temprano que tarde.

De estos contextos estructurados y rígidos de educación superior, donde las relaciones tienden a ser instrumentales, breves y formales, han surgido amistades entre estudiantes y yo. Nos hemos intercambiado cariño, consejos, aprendizajes, escritos, poemas, regalos, libros, risas y confidencias. No creo que sea malo. Al contrario. Quien teme la familiaridad en estos  espacios es porque no confía en el criterio de ambas partes. Sólo hay que saber diferenciar la sala y el exterior.

Me gusta mi trabajo, a pesar de los vaivenes de cada temporada. Sin duda me equivoqué muchas veces. Más de alguno que pasó por mi clase podrá decir  con toda propiedad que fui una vieja de mierda. Perfecto. Las realidades son múltiples y cada uno emite la suya. Pero también más de alguno me ha dicho al finalizar el semestre simplemente “gracias” y eso es lo que me mueve, lo que me gusta. La palabra más potente que un profesor puede recibir.


Qué más se puede pedir? Sí, hay algo: estabilidad. Sólo eso.