Estaba lloviendo. Ella se sentó bajo el paradero y comenzó a
revisar mentalmente el inventario de su vida. No le faltaba nada. A medida que
oscurecía pensó en él, habían acordado reunirse ahí. Mientras lo esperaba
encendió un cigarro y observó el humo ondular en la brisa. La noche estaba
clara a pesar de la lluvia. Entre ellos, sin embargo, nada lo estaba. No
podían retroceder las palabras a las gargantas ni las caricias a las manos.
Miró su reloj y se marchó, justo a tiempo. Cuando él llegó, vio la colilla a
medio apagar en el suelo y comprendió.
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