miércoles, 7 de noviembre de 2012

Sólo una historia



Publicado en LaMansaGuman  -  Número del  14 de junio de 2013

Lo fueron a buscar una noche de invierno del 74. Escuchó detenerse un motor en la calle y despertó asustado. Miró por la ventana y los vio entrar al jardín. Tendría  que abrir la puerta. Ya no habría más huidas, no más correr por los techos de los cordones industriales, no más esconderse por una noche o dos en casas de seguridad de compañeros desconocidos de los cuales no sabía nombres.
Entraron, lo saludaron con un par de golpes de culata, revisaron  la casa. Le vendaron los ojos aplastándole los lentes contra la cara y lo pusieron contra una pared mientras buscaban "las armas". Cavaron el jardín en forma desordenada, sin encontrar nada. Rajaron libros, papeles, sacaron cosas del refrigerador y robaron sus discos. Se reían.

Lo llevaron al vehículo, sin despedidas, su mujer quedó en la casa.
El vehículo avanzó por calle Arrieta. Solamente podía intuir el trayecto que hacían, pero tenía pocas dudas de hacia dónde iba. A intervalos regulares lo insultaban: pije maricón, ahora vas a cagar. 
Rumbo a  Villa  Grimaldi les avisaron por radio que estaba repleto el recinto. No hay espacio para este gallo, llévenlo a cualquier lado por mientras. Se devolvieron… Dónde lo llevamos?
Se detuvieron y lo bajaron en algún lugar del camino. Matémoslo aquí no más. 
Mientras sacaban las armas y las preparaban, él esperaba ser fusilado. Sacó un cigarro y lo encendió a pesar del temblor de manos. Entonces se acercó un soldado joven a pedirle un pucho. Mientras se lo daba, el soldado le susurró: no se preocupe, le hacen a todos lo mismo, pa que se asusten.
Después sabría que esa noche tuvo mucha suerte. No  llegar a la Villa. Los dados estaban  a su favor.

II.
Decidieron llevarlo a un regimiento. Llenaron los papeles de ingreso con sus datos. El que escribía preguntó por la peligrosidad del prisionero. Muy peligroso, respondieron. Él, ya sin la venda, miró alrededor esperando ver a alguien más, alguien realmente peligroso. No había nadie más, ¿hablaban de él? Los soldados pusieron sobre la mesa algunas "evidencias" recogidas en su casa. Un cable que estaba guardando para  conectar una radio y un timbre para instalar en la reja. Ambos elementos fueron identificados como partes de una bomba. Sí, era peligroso y debía ser detenido.

En el regimiento   tampoco había espacio, así que lo tiraron en una caballeriza donde no había caballos, sólo paja, frío, un par de colchones manchados con sangre, mierda, orina y semen. Desde ahí escuchaba a los guardias que seguían a ratos por la radio los partidos del Mundial de Fútbol. Escuchaba al relator gritar un  gol. Otras veces se oían los inconfundibles gritos de  los interrogatorios.
A veces le pegaban, otras veces lo dejaban solo, algunas tardes lo sacaban junto a otros prisioneros  al patio empedrado. Los hacían correr vendados, cada vez más fuerte, chocando con paredes, hombres, culatas, pies y puños. Cuando se aburrían, los milicos jugaban con ellos y cada simulacro de ejecución era distinto. Imposible saber si ahora iba en serio.

De regreso en su colchón, dolorido, pensaba en los compañeros que seguían afuera, ¿dónde y cómo estarían? ¿Había valido la pena?
Se habían organizado mal. No estaban preparados para esto, se creyeron los dueños del mundo y  ahora veían que todo lo suyo era un juego  de mesa comparado con este poder blindado de cuatro. Qué ingenuos  e idealistas habían sido. Qué huevones. Aplastados en horas por la bota implacable. Todo quebrado en un santiamén. Eso era lo que más dolía.

Finalmente, tras largos días y peores noches, lo soltaron. Entonces supo que había estado en el Tacna. Caminó muchas cuadras, desorientado al comienzo, hasta llegar a una paradero y tomar una micro rumbo a su casa. Tenía un aspecto lamentable, flaco, sucio y hediondo, los lentes rotos en el bolsillo, moretones en la cara y la vista perdida. Dolorido. Ajeno. Solo. Al cruzarse con él, nadie lo miró. 
En casa fue recibido sin preguntas. Se bañó largamente, comió  poco y durmió muchas horas seguidas. Lloró, siguió llorando. Escondido, como lloran los hombres. Averiguó de sus amigos, no quedaba ni uno. Nadie, se fueron o se los fueron.

III.
Se separó de su mujer y dejó la casa. Por algún tiempo lo siguieron, le registraban el auto, lo rondaban. De maneras no muy sutiles le dejaban el mensaje de que no estaba del todo libre. 
Vio cosas horribles suceder a otros, en su edificio en San Borja, en la calle. Una niña que en medio de un allanamiento murió baleada y su padre con ella en brazos, impotente ante la muerte más absurda que se pueda imaginar. Rumores de vecinos que no habían vuelto a casa. El miedo se olía, se levantaba del suelo como la humedad al sol. 

Aunque tenía lentes nuevos él seguía viendo el mundo roto, partido, gris.  Sin trabajo, sin proyecto, sin país, sin lucha. Caminó meses en la penumbra de las mentiras oficiales, medio vivo pero con ganas de irse.

No despertó de su letargo hasta el invierno siguiente, cuando la vida emergió  de las cenizas y le nació un fénix con nombre de mujer y ojos brillantes.




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