domingo, 4 de noviembre de 2012

Problema de tiempos

Publicado en LaMansaGuman - Número del 17 de mayo 2013

Ese lunes, día de su aniversario, se levantaron temprano. La tarde anterior ambos pensaban qué pasaría a la mañana siguiente. Estaban ansiosos, sentían que las cosas podían resultar un éxito o un desastre. Era impredecible.

Cuando se despertaron, abrieron las cortinas y se dispusieron a  la rutina de cada mañana. Lo primero que notaron es que el invierno llegó de pronto. La casa amaneció helada y afuera estaba todo cubierto de blanco. Los árboles amanecieron completamente desnudos y no se escuchaban ni los perros.

Desayunaron por separado, él de pie en la cocina y ella caminando de acá para allá. En el trayecto al trabajo no hablaron, cada uno pensando en las actividades que no debían olvidar ese primer día de la semana, mientras la radio parecía afanarse por llenar el espacio. Estacionaron el auto en un sitio intermedio entre sus respectivas oficinas. Se dijeron un cordial adiós sin beso y cada uno marchó a sus labores. No se encontraron hasta el almuerzo. Comieron en silencio. A estas alturas los dos habían notado que la mitad del aniversario se había esfumado sin decirse nada. Tal vez era mejor así. Tal vez no tenían nada que decir.

En la tarde, ya de regreso en casa,  ella decidió mientras recogía las últimas hojas secas en el jardín, que era hora de hablarle, decirle que el amor se había volado con los vientos hace varios otoños, y que no encontraba ánimo ni motivo para recomenzar. Pensó escribirle, para evitarse  la vergüenza de quedar hablando sola, como antes, cuando le hablaba y él se iba, dejándola llorando de rabia y con las palabras atoradas.

Pensó explicarle que había descubierto la raíz del problema entre ellos. Era un problema de tiempos, de sincronización de relojes. Cuando yo te quise, pensó ella, tú no me quisiste. Ahora me quieres, pero yo a ti ya no. Reflexionó, mientras buscaba una bolsa grande para las hojas, que debería existir un artesano relojero que arreglara los relojes de las parejas que tenían el problema de la asincronía.

En el trabajo, él imaginaba cómo decirle a ella que la amaba todavía, que lo perdonara por el desamor acumulado, por los silencios y las deslealtades involuntarias. Explicarle que tan sólo era un hombre imperfecto (quién no lo era?) pero  dispuesto a enmendar errores. Fantaseaba con llegar a casa y ser abrazado, acurrucado, acogido por la que aún sentía su mujer y compañera. Planeó comprar un regalo y flores, pero recordó que a ella le parecían sospechosos los regalos. Decidió irse temprano del trabajo y darle un buen término al día que había empezado tan helado.

Al atardecer se encontraron nuevamente. El entró con los zapatos sucios y ella se molestó, pero no dijo nada. El esperó que le ofrecieran algo de comer pero nadie lo hizo. Cuando vio que ella lo ignoraba detrás de un libro sobre cronopios (que rayos es eso?), desistió de su plan. Cuando ella lo escuchó darse media vuelta, decidió callar un año más. Ninguno  dijo lo que había pensado decir, las frases ensayadas quedarían sin estreno. Faltos de fe, estaban dispuestos a seguir hasta el próximo invierno compartiendo sus vidas en un silencio de muerte.

Como siempre al final de la jornada, los dos se sentaron a la mesa a responder correos y leer los diarios. Frente a frente, pero en mundos tan distintos, lejanos como distantes están los planetas: en constante movimiento, pero siempre manteniendo su distancia, esa que evita el desastre, el choque de fuerzas y la explosión que terminaría con ambos. A ratos uno le comentaba al otro una noticia. No las discutían, pues sobre todos los temas pensaban distinto y era vital mantener las órbitas separadas.

A ella le rondaban las ideas de la tarde. A él las suyas. Se le ocurrió servir dos copas de vino. A fin de cuentas estaban de aniversario. Podría tomarla de la mano y tal vez con una mirada ella entendería el mensaje, como entendía cuando se conocieron y se hablaban con los ojos. En el  preciso momento en que  se iba a parar a buscar las copas, ella se levantó primero y puso a calentar agua para su café. Tenía las manos heladas y una taza caliente era mejor que buscar la mano de él.  El vino tendrá que esperar, pensó él.  Llevaba seis meses en la cava esperando una ocasión especial que no llegaba.

Ya era tarde y se fueron a acostar. Se terminaba el aniversario. Ella leyó un poco sobre famas y esperanzas y luego apagó la luz. El miró televisión, sin ver  nada en particular. Se le ocurrió que a ella se le había olvidado el aniversario. En ese caso sería un alivio. Al menos ambos terminaban el día ilesos.

Ella estaba segura que él recordaba el aniversario, y que quería hablar de lo evidente que eran sus problemas y cómo olvidarlos, pero optó por darse media vuelta y fingir que dormía. Ya había terminado el día, no tenía con quien comentar las desventuras de los cronopios  (él no leía nunca, nada) y estaba cansada para hilvanar respuestas a un tema para el que no había solución, puesto que ningún relojero sabía arreglar los relojes de un hombre y una mujer con problemas de asincronía.




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