Hace un año
no escribo.
En realidad
te escribo en las noches, cuando me desvelo
borradores
que se desvanecen con el sol
porque los
anoto en nubes y no en papel.
De todas formas
las palabras no bastan
cuando el
corazón se sale por los ojos, hecho gotas.
Cuánto
tiempo es un año?
El tiempo se
curva, no sé si un año es mucho o poco
parece ayer
y, sin embargo, tanto.
Extraño tus
manos ásperas de cariños torpes,
los vasos
volcados, tu irritante lentitud en los
pasillos,
tus chombas
viejas, el pelo suavecito y la barba destartalada.
Extraño tus
llamadas insistentes que, decías, eran solo para escuchar mi voz
(Me escuchas
ahora?)
Recuerdo tus consejos precisos, tus pronósticos
certeros,
tus
historias añejas, anécdotas repetidas y chistes fomes.
Me pregunto
si nos ves… me ves?
Yo te veo
entrando en mi casa, como si fuera cierto.
Y te confieso
que nace un deseo infantil,
una voz
porfiada que susurra:
“quiero que
vuelvas, quiero que vuelvas”.
Hace un año
no escribo. A ti te gustaba leerme.
Te cuento
que estamos bien, hoy juntos en torno tuyo.
Tus nietas
te recuerdan siempre. Te guardan en su
corazón de formas que me conmueven.
Tu nieto ama
a su abuela. Te habría encantado verlos juntos, enamorados.
A veces él se
para o camina con las manos tomadas en la espalda, como lo hacías tú.
No quiero
decir cosas tristes. Pero es que lo estoy.
Tal vez hoy
tengamos permiso para sentir y decir que
nos faltas.
Admitir que
tu ausencia es enorme y la muerte un
misterio absurdo.
(Para qué
amamos, si nos tendremos que despedir?)
Tal vez hoy
tenemos permiso para aferrarnos a creencias o, al contrario, cambiarlas.
Permiso para
evocar lo dulce y lo amargo. El ángel y bestia que eras, como todos.
Permiso para
afirmar que a pesar de los defectos,
tenías un corazón muy grande para un cuerpo tan
estrecho.
Tal vez hoy
hay permiso para lo que cada uno quiera.
Cuando fumo,
recuerdo tus cigarros mal apagados y las argollas de humo. Nunca aprendí el
truco.
Cuando tengo
preguntas, pienso que tal vez eras inteligente, o sabías mucho, o ambas, o
ninguna. Pero tenías respuestas.
No sé si al
cierre tuviste miedo, o paz, si nos escuchaste, donde quiera que estuvieras
viajando.
No sé si
espiaste el improvisado funeral en que abusamos de todos hablando de ti por
horas.
Dónde estás
papá?
En Tchaikovsky,
Serrat, Gardel, la Karen Carpenter.
En los goles
de la Unión.
En tus
cosas, que cada uno guarda como un tesoro.
En tu letra
grande, en los mensajes que nos dejaste.
En la vieja,
que es tu mitad.
En tus hijos
y nietos, en tu jardín.
Estás donde
cada uno te recuerde.
El olvido
está lleno de memoria, dijo un poeta.
Acá
tenemos memoria. Como tus elefantes.