Sucede que a veces me canso de ser yo.
De pensar, sentir, escribir como yo.
Quisiera ser otra, leve y divertida.
Vivir en la playa junto al sonido
repetitivo del mar.
Lunes igual que martes.
No encajo con ustedes, gente alegre.
Me recuerdan que soy culpable de mi
tristeza,
organizando cuidadosamente recuerdos en
cajitas y cajones,
buscando ese orden lógico que explique cómo llegué donde estoy.
Me canso de buscar respuestas. Culpa mía por hacer preguntas.
Me aburren las gentes… y lo diré de una
vez: me irritan ustedes.
No quiero verlos, pero me veo obligada.
No quiero hablarles, pero ustedes me
hablan.
Cuando conversamos, no sé qué decir.
No soy yo usando frases hechas que no sirven para conocernos.
Lo que me gustaría decirles no parece adecuado.
Lo que ustedes me dicen, me aburre.
Me cansa ser yo y acarrear estos
pensamientos cada día y a todas partes.
Me canso de tener vocación (frustrada)
de ermitaña.
Déjenme sola. Si me van a hablar en
idioma risa, prefiero ser sorda.
Si vamos a compartir superficialmente,
no me interesa.
Es lo mismo que ocupar el ascensor con
un extraño.
Es nada... y eso cansa.
Si se quedan, sean pacientes y sepan
que amanezco silente
pero me alegro con el paso de las horas.
Que soy friolenta porque el mundo es frío.
Que me gusta leer poemas y mirar los árboles.
Que unas manitos calentitas y pequeñas
son mi mejor abrigo.
Que cuando me río es de verdad y cuando
lloro también.
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