En algún árbol de mi jardín
se instala a diario un pájaro que nunca he
visto.
Su canto es distinto, como un llamado o un
grito.
Debe ser pequeño, porque mis ojos lo buscan
y repito, nunca lo he visto.
Imagino que es pequeño y ágil
oscuro su plumaje,
pienso que me observa,
que se mece en los abedules, llamándome.
Quise darle un nombre a mi amigo invisible.
Lo nombré “Idea”.
Una idea alada, esquiva, inalcanzable.
La idea para un escrito que presiento pero no
llega,
(a veces la sueño, pero luego la olvido…)
no baja del árbol mi amigo Idea.
Me llama al atardecer, mi hora favorita,
cuando todo se apaga lentamente
y se encienden en mí las cosas que no digo.
Tal vez quiere que suba a buscarlo,
que levante pies del suelo y me ponga a su altura.
¿Escribir en alto, desde otro sitio, eso querrá
mi amigo Idea?
Pero no me han crecido alas, por mucho que lo
he soñado.
No logro volar, por mucho que lo he deseado.
Por ahora tengo su canto diario,
el llamado de mi invisible, pero presente, amigo Idea
que me ronda cada tarde
trayendo sonido de bosque a un simple jardín.
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