Algunas personas olvidan, otras recordamos.
Con cuidado. La memoria es un arma afilada.
Puede matar.
O cortar amarras y liberar.
Depende de si las bestias duermen o no.
Los que olvidan viven para mañana, siempre
apurados.
En realidad no viven, solo avanzan.
No conversan, hablan. No ven, miran.
Existen para perseguir un mañana que no
existe. No es extraño?
Acusan a quienes recordamos de retrógrados.
Será que envidian que viajemos en el tiempo?
Que habitemos una dialéctica de
tiempo y espacio sabiendo que nada es azar?
Podemos hacer que vuelven a
pasar, una y otra vez, por nuestro corazón aromas, lugares, rostros,
amores, secretos, palabras, canciones, arenas, aguas, senderos, follajes.
Nunca solos.
Nunca perdidos.
Antes de dormir evocamos a nuestras madres
ausentes, al niño que fuimos tomados de su mano.
Al despertar recordamos quienes somos, el
sentido de esta jornada.
Tengo que confesar algo.
Me declaro inútil para recordar fechas,
nombres, cifras, rutas y otros detalles.
Olvido lo que iba a decir, lo que buscaba en
un cajón.
Como si me faltara espacio para lo
irrelevante.
Mi memoria es más bien el recuento de breves
momentos en que fui inocentemente feliz.
O muy infeliz.
Tengo que confesar algo más.
Es cierto que muchas de esas imágenes están pintadas
con colores de ficción.
Mezcla de realidad y anhelos. Hechos e
imaginaciones.
No importa, mientras recuerde, sueñe y escriba.
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