Para Gustavo y Cristián
Su padre murió un martes, en otoño. Él había dormido a ratos, sentado en un sillón junto a su cama, esperando la muerte que se anunciaba hace días. Cuando su padre dio por terminada la lucha, él estaba durmiendo. Ya se habían despedido, horas antes. Sin palabras, tomados de la mano. Él había besado la frente de su padre y le había dicho con los ojos que todo estaba en orden, que había sido un buen padre. Escucharon juntos el Lago de los Cisnes mientras el día se iba apagando.
Su padre murió un martes, en otoño. Él había dormido a ratos, sentado en un sillón junto a su cama, esperando la muerte que se anunciaba hace días. Cuando su padre dio por terminada la lucha, él estaba durmiendo. Ya se habían despedido, horas antes. Sin palabras, tomados de la mano. Él había besado la frente de su padre y le había dicho con los ojos que todo estaba en orden, que había sido un buen padre. Escucharon juntos el Lago de los Cisnes mientras el día se iba apagando.
En la casa paterna, grande y repleta de objetos y muebles que no
combinaban entre sí más que por la historia compartida, todos hablaban
despacio. Los niños hacían sus juegos de siempre en un dormitorio que era como
un mundo aparte y las mujeres conversaban alrededor de la mesa de la
cocina, fumando y esperando.
Cuando él despertó era casi medianoche. Tocó suavemente la cara de su
padre y supo que estaba muerto. Le acomodó la frazada. Se lavó la cara y cruzó
la casa, con pasos lentos, hasta la cocina. Los pasillos tapizados de fotografías
donde se apretaba una vida entera en imágenes blanco- negro y color. Se dio cuenta
que él también sería, un día, una sonrisa en el muro de sus hijas. Se vio a sí
mismo pequeño, de la mano del padre, feliz y despeinado. Ignorante de que un
día esa mano no apretaría más la suya. Siempre había estado orgulloso del
afecto entre ellos, de los besos, los abrazos entre dos hombres que sin pudor
se manifestaban amor en público. Ni siquiera en la adolescencia dejó de buscar
la mano del padre en la sobremesa, ni de besarlo al despedirse.
En la cocina bastó una mirada. Se abrazaron en silencio. Su madre, sus
hermanas. Prepararon café. Alguien fue a conversar con los niños. Él salió al
jardín y caminó rodeando la casa. El jardín que el padre sembró, cuidó, regó y
desmalezó pacientemente por años, estaba a oscuras y en silencio. Le hacían
falta luces, pensó.
Tiempo después él me diría que de la mañana siguiente lo más duro fue el
momento solitario y solemne en que, como hombre de la casa, vistió a su padre y
lo preparó para el velorio. Le impresionó lo delgado que estaba. Tan frágil. Ni
la sombre del hombre que lo vencía en ajedrez o que pala en mano trasplantaba
sus árboles. Tardó un largo rato en terminar la tarea de vestirlo,
mientras el pecho le dolía. No quería llorar en presencia del cuerpo del padre.
Quería llorar solo.
En los días sucesivos tampoco tuvo ocasión de llorar como deseaba. Las
personas entraban y salían. Amigos, familiares que venían desde lejos. La
presencia de muchas de esas personas le parecía un estorbo plagado de frases
hechas y abrazos eternos. Sabía que luego todos desaparecerían y la familia volvería
a cerrarse en círculo.
El quedaría solo. A cargo de las mujeres. Madre, hermanas, esposa,
hijas. Un hombre sin padre. Incompleto. Sentía que se hacía hombre recién
ahora. Es posible volverse hombre siendo adulto? Le pareció que sí. Antes era
un niño grande. La vida era un juego, hasta ahora.
Cada mañana, luego de la muerte del padre, cuando se afeitaba, el espejo
le traía un recuerdo. Su padre le había dicho varias veces que un hombre debía
poder mirarse al espejo sin ponerse colorado. Le parecía un buen consejo para
empezar el día y la rutina. Esa rutina que no respeta ausencia ni duelo.
Puso faroles en el jardín del padre. Los fines de semana cuando visitaba
a su madre, lo regaba. Sentado en el escaño debajo del roble recordaba y
sonreía. Había sido un buen padre. Y él había sido un buen hijo. Sólo les había
faltado tiempo para jugar más.
no lo había leído, logras transmitir la tristeza y desolación de una partida.
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